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Cuento para padres: La luz de los girasoles

  • apvazquezi
  • 5 feb
  • 3 Min. de lectura



En un pequeño pueblo rodeado de campos dorados de girasoles vivía Violeta, una mujer en sus treinta y tantos años. Era madre de dos hijos encantadores, Santi y María, y esposa de Juan, un administrador en una empresa que atravesaba tiempos difíciles financieramente.

La vida en casa había cambiado desde que los problemas en la empresa de Juan comenzaron. Antes, solían disfrutar de cenas animadas y risas al final del día, pero últimamente, Juan llegaba a casa cansado y preocupado. Se encerraba en su estudio con papeles y llamadas interminables, dejando a Violeta sola para manejar la mayor parte del cuidado de los niños.

Santi y María, que solían correr hacia la puerta para abrazar a su padre, ahora lo veían pasar con una mirada triste. Sus sonrisas se volvieron menos frecuentes, reemplazadas por silencios que llenaban la casa como sombras pesadas. Violeta, preocupada por el bienestar emocional de sus hijos y por la distancia creciente entre ellos y Juan, intentó hablar con su esposo varias veces. Pero cada intento se encontraba con respuestas apresuradas y preocupaciones aplastantes sobre el futuro de la empresa.

Mientras tanto, en la escuela donde Violeta enseñaba preescolar, tenía a su cargo a 25 niños llenos de energía y curiosidad. Este ciclo escolar, tres niños en particular ocupaban sus pensamientos y emociones.

El estrés en casa y en el trabajo comenzaba a pesar sobre Violeta. Se sentía agotada y culpable, como si no estuviera haciendo lo suficiente ni en casa ni en la escuela. Las noches se convirtieron en un torbellino de preocupaciones, con el insomnio como su compañero más constante.

Un día, mientras observaba a los girasoles danzar con el viento fuera de su ventana, Violeta sintió un golpe de inspiración. Recordó cómo los girasoles siempre buscaban la luz del sol, girando sus cabezas para seguir su camino a lo largo del día. Se dio cuenta de que, al igual que los girasoles, ella también necesitaba encontrar su luz interior para guiarla a través de tiempos oscuros. Decidió que no podía permitir que el estrés y la preocupación la consumieran.

 Comenzó a practicar la meditación por las mañanas antes de ir al trabajo donde se hacía consciente de su respiración, observando cómo entraba el aire y salía por su nariz, y cada vez que un pensamiento venía a su mente, lo observaba como hojas que se las lleva el agua en un rio, sin juzgarlas y dejando que fluyan por su cauce. Encontró momentos de calma y claridad en su rutina diaria. En la escuela, implementó nuevas actividades que fomentaban la conexión emocional entre los niños y les enseñaban a expresar sus sentimientos a través del arte y la música.

Con Juan, se sentaron una noche después de que los niños se durmieron y finalmente compartieron sus temores y esperanzas. Juan admitió lo abrumado que se sentía con la situación en el trabajo y cómo había descuidado involuntariamente su papel como padre y esposo. Juntos, trazaron un plan para equilibrar mejor las responsabilidades familiares y encontrar tiempo para reconectar como familia, la cual era su proyecto de vida como matrimonio.  Asimismo, Violeta y Juan buscaban tiempo para realizar alguna actividad juntos, como salir a caminar y jugar ajedrez, actividad que realizaban desde novios y que permitía que los dos se concentraran tanto, que perdían la noción del tiempo.

En la escuela, Violeta hizo equipo con los padres de los alumnos que le preocupaban. Juntos, encontraron soluciones creativas para apoyar el desarrollo único de cada niño, celebrando los pequeños avances y construyendo un entorno de apoyo dentro y fuera del aula.

Con el tiempo, la casa de Violeta comenzó a llenarse nuevamente de risas y complicidad. Santi y María redescubrieron la alegría de jugar con su padre, quien se esforzaba por estar más presente y dedicar tiempo de calidad con ellos. Juan, por su parte, encontró nuevas formas de enfrentar los desafíos en el trabajo con una perspectiva más equilibrada y comprensiva. Implementaron a la hora de cenar, un hábito donde cada integrante de la familia explicara 3 situaciones que lo hicieron feliz, notando que el ambiente en su casa mejoraba mientras más sentían gratitud por el día a día.

Y así, entre los campos de girasoles que siempre buscaban la luz del sol, la familia de Violeta encontró su propio camino hacia la luz interior, aprendiendo juntos que el amor, la paciencia, la gratitud y la comprensión son las semillas que cultivan la felicidad y la armonía en cada corazón.

 

Ana Paula Vázquez I.



 

 

 

 
 
 

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