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Cuento para adolescentes: Mateo

  • apvazquezi
  • 5 feb
  • 2 Min. de lectura

 



Mateo era un niño de 12 años que siempre había sido muy reservado y le costaba relacionarse con los demás. En la escuela, aunque disfrutaba observar a sus compañeros jugar y reír, le resultaba difícil acercarse y unirse a ellos. Prefería pasar los recreos dibujando en su cuaderno o leyendo libros de aventuras en la biblioteca.

Un día, la maestra anunció un concurso grupal de creatividad en el que cada equipo debía inventar una historia ilustrada. Mateo sintió un nudo en el estómago al pensar en trabajar con otros. Sin embargo, su compañero Diego lo invitó a unirse a su grupo. A pesar de estar nervioso, Mateo aceptó.

Al principio, le costó hablar en las reuniones del equipo y solo observaba la dinámica del grupo. Temía que sus ideas no fueran buenas y que se burlaran de él. Pero recordó un consejo que su mamá le había dado sobre la respiración consciente. Cada vez que se sentía nervioso o preocupado, cerraba los ojos y respiraba profundo, prestando atención a cómo el aire entraba por su nariz y salía lentamente. Inhalaba contando hasta cuatro y exhalaba contando hasta seis. Poco a poco, comenzó a compartir sus ideas y sus dibujos, descubriendo que sus compañeros las valoraban. Esto lo hizo sentirse más seguro de sí mismo.

Mientras trabajaban en el proyecto, Mateo también comenzó a escribir un diario de gratitud, anotando tres cosas buenas de cada día. No importaba si había tenido un mal día; siempre encontraba algo positivo. Por ejemplo, el compañero que nunca le hablaba le prestó su goma, o Gabriel lo incluyó en su equipo para jugar fútbol. Con el tiempo, se dio cuenta de que, aunque a veces se sintiera invisible, había personas que lo apreciaban y lo apoyaban. Esto cambió su percepción sobre quienes lo rodeaban.

El día de la presentación llegó. Mateo sentía los nervios apoderarse de él: las manos le sudaban y el miedo crecía a medida que se acercaba su turno. Sin embargo, en lugar de paralizarse, cerró los ojos y aplicó su técnica de respiración. Se concentró en identificar dónde sentía el miedo en su cuerpo y, con cada respiración, lo fue disipando poco a poco. Inhaló contando hasta cuatro, sostuvo el aire en su estómago y lo dejó salir contando hasta seis. Repitió el ejercicio varias veces hasta sentir calma. Sentado en su banca, se imaginó hablando con seguridad y claridad frente a todos.

De pronto, oyó su nombre: era su turno. Se puso de pie junto con su equipo y pasó al frente. Presentaron su historia y, al terminar, recibieron aplausos de sus compañeros y maestros. Fue un momento especial para Mateo: por primera vez, sintió que pertenecía a algo importante.

Esa noche, al escribir en su diario, anotó: "Hoy aprendí que tengo mucho que aportar y que no estoy solo". Desde entonces, comenzó a participar más en actividades escolares, cuidando su bienestar con respiraciones profundas y escribiendo sobre sus logros y gratitudes cada día.

Mateo descubrió que pertenecer no significaba cambiar quién era, sino aprender a compartir su luz con los demás. Y, lo más importante, aprendió a valorar sus talentos y a agradecer cada pequeño paso que lo acercaba a ser la mejor versión de sí mismo.

 

 

Ana Paula Vázquez I.

 
 
 

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